sábado, enero 20, 2007

El Penal

Se paró frente al portero, era el último penal, el de la victoria, el del titulo. Si hacía el gol se iba a convertir en el héroe de la tarde. Agarró el balón, se lo acercó al rostro y le dio un beso tan tierno que solo se puede comparar con el beso que se le da a una madre. Se persignó, miró al cielo, retrocedió tres pasos y cerró los ojos. En su mente solo existía la imagen de todos sus amigos del barrio lanzándose sobre él, levantándolo entre hombros, coreando su nombre, ¡Manuel!, ¡Manuel!, ¡Manuel! Se veía llegando a su casa con la copa en mano.

Llegar a la final no había sido fácil, ya que nadie daba ni un sol por aquel equipo. Ni sus propios familiares creían en ellos. Era el campeonato inter barrio, siempre participaban y nunca obtenían un triunfo, ni siquiera un punto, eran la burla de todos los años. Todos los encuentros terminaban en goleada; pero este año iba a ser otra la historia. Venían preparándose un mes antes. Salían a correr muy temprano todos los días. Sin que nadie supiese se iban a jugar a otros distritos, aunque en la mayoría de encuentros perdían, les servia como entrenamiento.

Manuel observó que entre la gente se encontraba Patricia, su vecina, su gran amor; estaba enamorado de ella. Vivía a una cuadra de su casa, su familia había puesto una pequeña bodega en la cual todas las tardes, después de jugar fulbito, se reunían todos los amigos para comprar marcianos. Él aprovechaba esos momentos para poder verla, ella nunca le había dirigido la palabra, ni mucho menos la mirada, pero esa tarde era diferente, ella se encontraba gritando sus nombre. Él al obsérvala se sintió entre las nubes.

La tarde estaba cayendo, la gente se empezaba a impacientar. Todos miraban al árbitro quien estaba, con la ayuda de los jueces de línea, expulsando a la gente que había invadido la cancha.

El juez se llevó el silbato a la boca, Manuel colocó sus manos en la cintura, observó fijamente al portero, el arbitro levantó su mano e hizo sonar el silbato. Un silencio absoluto se vivió en ese momento, ya no se coreaba su nombre, ni se escuchaban ninguna porra, Manuelito corrió hacia el balón, cerró los ojos y pateó con toda su fuerza, ¡GOOOOOOOOL! Gritó toda la tribuna; algarabía en toda la canchita; lentamente abrió sus ojos y veía como todos sus amigos se lanzaban encima de él, estaba feliz no lo podía creer, era el héroe.